agosto 07, 2007

El psiquiátrico más grande del país: La salud no es cosa de locos

Por Alejandro Demergassi

Nacido en mayo de 1863, durante la presidencia de Bartolomé Mitre, fue bautizado primigeniamente como Hospital de las Mercedes, en el mes de octubre de 1949 cambió su denominación por la de Hospital Nacional Neuro-psiquiátrico de Hombres. Y en 1967, por el de Hospital Nacional José Tiburcio Borda. A partir de 1957 se estableció la residencia psiquiátrica.

Los casos de patologías mentales fueron creciendo en la última década, y la demanda forzó a la creación de nuevos pabellones de internación en el hospital, que posee 14,8 hectáreas de superficie, en el barrio porteño de Barracas. Sin embargo, la desidia y un clima de desorden gobiernan el hospital, que a pesar de esto, resulta estar en un momento de transición y de mejoras. Los internados vagan por los pasillos del lugar sin gente a cargo de su control y contención. El contacto del enfermo con el público de visita es constante. Sin embargo, la creación de los dos nuevos edificios de internación hacen cuenta del interés del gobierno por mejorar la calidad colectiva, pero mucha dudas surgen al ver el interior de dichos establecimientos, poblados de internos deambulando, pudiendo solo encontrar a dos profesionales de la rama en tamaña estructura, y sin enfermeros o encargados de oficio en los alrededores.

La primera impresión que da el Borda como institución es la de ciudad. Tiene penitenciaría, kiosco, capilla, centro cultural, parques, biblioteca, salón comedor, guardería, morgue... todas las áreas parecen cubiertas para el desarrollo y reintegración del enfermo. Por suerte, hay obras que se están llevando a cabo para ampliar el espectro de atención, lo cual es necesario y bien esperado por sus internados.

Pero el edificio central está muy deteriorado, con vidrios rotos en las ventanas, suciedad en las paredes y pisos, pedazos de cielorraso desprendidos. Los ascensores no funcionan desde marzo de este año, lo cual dificulta y mucho el traslado de pacientes con dificultades motrices a los pisos superiores.

A cada esquina que se recorre, una imagen que se repite. Algún interno rondando, que al paso te pide un cigarrillo o simplemente fuego para apaciguar la necesidad. Las caras nuevas dentro del hospital parece ser el target del fumador pupilo.

Otro tema es el casi nulo control de ingreso/egreso del lugar. Los encargados son un par de guardias, que parecieran juzgar quien entra y quien sale solamente por su aspecto, como patovicas de boliche. Los límites del hospital no están bien cuidados, al punto tal que un interno comentó como hacía para escaparse cuando no le gustaba la comida.

Otro tema que debe litigar la administración del hospital es el hecho de que muchos internados no poseen vida más allá de las paredes del Borda, lo cual deviene en una superpoblación. Aquí se necesita otro tipo de atención por parte del gobierno, con planes de inserción social y de trabajo para que de a poco puedan rehacer su vida, porque aumentando la cantidad de camas como se está haciendo ahora, es solo un parche más en el problema.

El penal de adentro: La cárcel de las mentes perdidas

La Unidad 20 del Servicio Penitenciario Federal se sitúa en el corazón geográfico del Borda. Una centena de presos conviven de a seis en celdas de 2,5 metros cuadrados. Todos tienen la misma particularidad de la doble exclusión, son declarados locos y presos por criminales. En su mayoría, por intentos de robar dinero para comprar drogas. El 80% tiene problemas de adicciones, y paradójicamente viven sedados. La contrariedad es que en esta cárcel no reciben ningún tratamiento contra esto. Ellos solo esperan que algún alma pía los recuerde y los ponga a disposición de un médico especializado en drogadicción. Así se reduciría la cantidad de detenidos y se agilizaría su rehabilitación.

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